Ojos de Agua

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El día que recibí la confirmación de que Charo López encarnaría por primera vez en su vida a La Celestina, El País publicó un hermoso artículo hagiográfico firmado por el gran Manuel Vicent en el que nos recordaba el valor simbólico de la López durante la transición española. Tenía una belleza rotunda y oscura que recordaba a las actrices antiguas (a la Loren, a la Gardner) y que fue el morbo de toda una generación de españoles con muchos asuntos pendientes con el sexo y la sexualidad. De hecho, sigue siendo una mujer de una belleza espléndida. El texto de Vicent resultó ser premonitorio, porque el punto de anclaje de todo el montaje de Ojos de Agua, que ahora acaba de llegar al Teatro Español (parada y fonda prioritaria de la gira que ha de llevarla por toda la geografía española), resulta ser el de la belleza (perdida) y la libertad de una mujer, la Celestina, que bien podría ser la propia Charo López, como representante de una generación femenina que tuvo que luchar muy duro por su sitio en la sociedad española. Si hay una mujer que puede decir, con conocimiento de causa, que fue bella hasta el éxtasis y que sabe lo que significa esa belleza, esa es Charo López.

Pero vayamos un poco al origen del proyecto. Cuentan que estaba Charo López un tanto recluida en su casa, aburrida, inquieta, con ganas de querer subirse de nuevo a un escenario. Y en esto se encontró con los muchachos de Ron Lalá, expertos, como todo el mundo sabe, en actualizar textos clásicos, o construir textos modernos, humorísticos, musicales, con un aire clásico. Estaban entonces con su En un lugar del Quijote y a raíz de una charla con la López le preguntaron a ella qué le gustaría hacer, en qué proyecto se embarcaría. “Nunca he interpretado a La Celestina y es un personaje que me encantaría hacer”. Dicho y hecho. Y se pusieron a trabajar, a ensayar, a escribir, a investigar, a construir este montaje teatral que firma Alvaro Tato y ha dirigido Yayo Cáceres.

El resultado puede verse en la sala pequeña del Teatro Español hasta finales de abril y luego en muchos teatros de todo el país, seguramente. Alvaro Tato ha escrito un personaje que se acopla a Charo López como un guante, con numerosos guiños autobiográficos: ambas de Salamanca, ambas bellezas precoces, ambas conocedoras de la “presión” que esa belleza provocaba en los hombres cuando caminaban adolescentes por las calles de la ciudad helmántica.

La acción sitúa a la Celestina en el ocaso de su vida, envejecida y refugiada en un convento, a salvo de sus perseguidores y sus fantasmas, pero totalmente consciente, lúcida y orgullosa de su pasado y su esencia. Durante una hora, esta Celestina, acompañada por el espíritu de Pármeno que canta y recita para ella, recuerda a las invisibles hermanas del conte toda una vida apasionada y apasionante que ha sido, por encima de todo, la vida de una mujer bella y libre, y del precio que tuvo que pagar por ambas cosas. El texto de Alvaro Tato bebe de las fuentes de La Celestina de Rojas, y conserva su tono y la poética, pero quien espere ver una versión reducida de la tragicomedia de Calisto y Melibea se llevará un chasco, porque Ojos de Agua es una dramaturgia completamente original que contiene algunos fragmentos del texto clásico, pero que se articula, fundamentalmente, como un canto a la belleza y al placer, que la Celestina López encarnó como pocas. Y es un elogio de la mujer libre, a pesar del precio enorme que tiene que pagar por esa libertad –la incomprensión, el acoso y la soledad-. Si tuviera que ponerle algún pero, creo que Charo López aún no ha terminado de hacer suyo el texto y las partes de humor están un poco forzadas, sobre todo teniendo en cuenta los precedentes sublimes de Ron Lalá. Pero estoy seguro de que este montaje seguirá creciendo con el paso de las funciones, que ella se sacudirá los nervios que la vimos el día del estreno y que la función fluirá mucho más rítmica.

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