Cuando me enteré que Umberto Eco había publicado una nueva novela donde se trataba, entre otros temas, a los templarios, masones, rosacruces y demás sociedades secretas, me asaltó la duda maliciosa de que a lo mejor el escritor italiano había apostado a caballo ganador usando como temática para su libro un asunto de moda gracias a las novelas (aunque a algunos les duela definirlas así) de Dan Brown. Tras la lectura del mismo me agrada descubrir que no sólo el escritor italiano ha escrito una novela tan colosal como El nombre de la rosa, sino que ha demostrado que se puede hacer buena literatura usando una temática que puede pertenecer más a libros de verano y revistas pseudocientíficas.
El título en sí ya es un hallazgo: El cementerio de Praga. La capital de la República Checa tiene un aire mágico y en especial este cementerio judío atrae a muchas personas cada año, que quieren contemplar las lápidas que se superponen unas a otras, luchando por ver la luz del sol. Si pensamos que lo único que sucede aquí es una invención del personaje principal, Simone Simonini, ya sólo el título de la novela es metáfora del mensaje del libro. Si cogemos los títulos del autor estadounidense vemos que suelen ser meratemente descriptivos y bastante evidentes.
Cuando abrimos el libro nos encontramos además con que el bueno de don Umberto no utiliza sólo un narrador, sino varios, para contar la historia. El lector necesitará un par de capítulos para entender de por qué la voz de Simone se desdobla. Los saltos en tiempo añaden otra dimensión que da más relieve a la historia. Lo único que queda por descubrir al lector es quién es el narrador que a veces resume algunos capítulos y que Eco, por supuesto, no aclara. Aquí tampoco aguanta Brown la comparación con Eco, cuyo narrador ominisciente contando historias que avanzan linealmente está más visto que el tebeo.
Por último el desarrollo de la acción en el libro de Eco es creíble. Los personajes hacen una vida normal: duermen, van al baño, comen (la novela es todo un homenaje a la gastronomía francesa del siglo XIX), etc. La acción va avanzado de forma natural entendiendo que debe haber pasajes más rápidos y otros más descriptivos. Estos últimos son un compendio de información que para ser apreciada correctamente precisa que la lectura se complemente con la búsqueda en internet o en las enciclopedias, sobre todo si el lector está poco familiarizado con el siglo XIX m y así poner el justo contexto a estos datos. De nuevos Dan Brown queda por debajo del italiano, cuyos libros son un maratón donde la trama avanza a golpe de riñón y fuegos de artificio, sin descanso para los personajes ni para el lector.
Que conste que me entretiene leer a Brown, y que cuando he leído sus libros me han dado las tantas diciéndome a mí mismo “bueno, un capítulo más, y me acuesto”, para volver a repetir la frase unos minutos más tarde. Pero es justo reconocer que muchas veces estamos viendo a un predistigador usando viejos trucos para distraer nuetra mente. Eco, sin embargo, nos da un material bien hilado que no sólo cuenta en detalle la segunda mitad de la historia de Europa, sino que además ahonda en las complejidades del alma humana y su necesidad de expiar sus frustraciones con un chivo (judíos, jesuítas, masones, etc.) que sirve además para afianzar la identidad y seguridad de la tribu. Por no mencionar el mensaje más importante de todos: no porque algo aparezca en un libro (o en nuestros tiempos internet) quiere decir que sea verdad.